Empezaré con una disculpa: me he mudado a Francia. Ese es el motivo por el cual he estado ausente durante las últimas semanas, más preocupada por firmar papeles y comer baguettes que por pensar en museos y estrategias para salvar el mundo. Ya estoy instalada, lo que significa que he vuelto.
Es curioso cómo cambian las cosas en un año. Hace casi uno me encontraba desmontando una exposición que se clausuraba con el fin de la Navidad de 2011. El año empezaba y mi exposición acababa. También terminaba mi trabajo y empezaba una larga aventura de desempleo que me permitiría crear este blog y volver a investigar. Ahora hemos emigrado juntos.
Ese desmontaje de hace casi un año estuvo connotado por una serie de ocurrencias que me motivaron a seguir con la idea de escribir sobre sostenibilidad y museos, espectáculos absurdos que hoy os voy a contar. Como ya os he dicho, mi exposición –tan mía como de cualquiera de los que trabajamos en ella– moría con la Navidad, como mueren los abetos que, pinchados en troncos horizontales, venden en el mercado de los domingos de mi barrio francés. Nunca me ha gustado la tradición de talar árboles para esperar a Papá Noel, nunca he entendido por qué no una maceta. Mi exposición se celebraba en un edificio público y también tenía árbol, un árbol que, cual Ferrero Rocher, iluminaba el acceso de nuestros invitados los visitantes. La exposición murió con la Navidad y con ella el glorioso árbol. Lo trocearon con una sierra mecánica ahí mismo, al lado de nuestros catálogos aún frescos. Y a mí me habían dicho que esos árboles se trasplantaban…
No es una tontería esto que os cuento. Me pregunto cómo se integran acciones como esta en la política de RSC de una empresa pública. Me pregunto, también, qué están tratando de comunicar con tal despilfarro de medios en pro del ornato navideño e, incluso, si ni siquiera se han planteado la posibilidad de transmitir valores y marca a través de prácticas a la vista de todos. Greenpeace nos da consejos para celebrar unas navidades más sostenibles. ¿Deberían las instituciones públicas hacer lo mismo?
El mes pasado participé en una mesa redonda sobre ciudadanos y consumo responsable en el Museo Nacional de Antropología y hablé sobre el magnífico trabajo de comunicación del Museu Marítim de Barcelona para dar a conocer sus proyectos de RSC. Insistí mucho entonces y lo vuelvo a hacer ahora: la comunicación es fundamental porque, básicamente, todo es comunicación. Y es que no basta con hacerlo, también hay que saber contarlo. Siempre he defendido que todas y cada una de nuestras decisiones implican una acción política y de posicionamiento ante el mundo que nos rodea: todo está llamado a comunicar valores. Admiro muchísimo, por ejemplo, la labor de difusión del compromiso medioambiental de La Casa Encendida a través de sus sistemas de recogida de residuos. Me pregunto si es sano sentirse atraída de ese modo por unas papeleras. No me avergüenza decir que me gustaron más aún que las propias exposiciones.
Ahora vivo en un país en el que la cultura significa algo y eso produce un cierto alivio, como alivio me produce poder comprar huevos Bio hasta en el más inmundo de los supermercados. ¿Cultura y sostenibilidad? Todavía es pronto para saber si esos dos mundos están unidos en la república de la gente muy seria. Mientras lo descubro, estaré por aquí contándoos historias de árboles y exposiciones y materiales sin PVC. Os deseo Felices Fiestas a todos estéis donde estéis. Nos lo merecemos.