Hay gente que regala flores, intercambia joyas o reserva escapadas románticas con parador, cena y spa para celebrar su aniversario; nosotros fuimos a un museo de zoología y salimos siendo uno más en la familia.
Para los que no lo conozcan, el Grant Museum of Zoology es un museo universitario, perteneciente a la UCL, que se encuentra en Bloomsbury (Londres), muy cerca de otro museo bastante importante que la gente suele visitar por sus momias, templos romanos y relieves mesopotámicos. El Grant no es tan conocido como el British Museum, y su contenido es minúsculo comparado con este, pero cuenta con una ventaja: así como un megamuseo exige un gran esfuerzo de concentración para no dejarse desencantar por la gente, el ruido y el exceso de información, los minimuseos tienen la capacidad de atraparte desde el primer momento. Y si lo primero que ves es un amasijo de tarros con animales apretujados, ojos y cabezas flotando en formol, el romance está asegurado.
El Grant, fascinante y a la vez sensato, combina a la perfección la museografía decimonónica con una apuesta por la interactividad y el cuestionamiento del conocimiento. No es uno de esos museos de zoología comparada llenos de polvo y especímenes a medio coser, sino un esfuerzo consciente por ofrecer un discurso riguroso, respetuoso con la historia y abierto a los ciudadanos.
Además de un tarro lleno de topos en formol que tiene su propia cuenta de Twitter, estos son, en mi opinión, sus máximos aciertos.
QRator: Preguntas incómodas sobre ciencia, ética y museos.
La aplicación QRator, diseminada a través del museo gracias a diez iPads instalados en diferentes puntos de la exposición, permite a los visitantes participar en debates que cuestionan aspectos delicados de la ciencia y su divulgación en la actualidad. De hecho, preguntas como “¿Deberíamos conservar únicamente cosas con un beneficio potencial para el ser humano?”, “¿Es ética la domesticación?” o “Dado que el cambio climático está causado por el ser humano, ¿deberíamos estar protegiendo a los animales en riesgo por sus efectos?” no siempre tienen cabida en museos de historia natural con instalaciones más modernas y discursos teóricamente avanzados, pero sí en pequeños focos de producción e intercambio de conocimiento como el Grant.
Adopta un espécimen: Razones de peso para ser Amigo del museo.
Un colmillo de narval. Esa, y no otra, es la razón por la que formo parte del selecto club de Amigos del Grant Museum of Zoology. Captar miembros es una tarea complicada, aun cuando los miembros en potencia son personas que, como yo, aman los museos y disfrutan apoyando sus iniciativas. ¿Qué museo elegir? ¿Tu favorito, el que más te necesita o el que ofrece un pack de ventajas más rentable? Para mí, que opté por una suscripción familiar como celebración de aniversario, fue únicamente cuestión de seducción. Entra en un museo lleno de objetos fascinantes y ve descubriendo, poco a poco, que muchos de ellos están acompañados de cartelas con los nombres de sus padres adoptivos, benefactores que se han enamorado de un espécimen, que han sentido envidia de todos esos apellidos en vitrinas, que ahora también son el museo. Además de nuestros nombres y un certificado de adopción, nuestras £20 de suscripción anual nos aseguran el acceso a eventos especiales e información privilegiada, además de la satisfacción de apoyar a una institución que hace las cosas bien. También nos pareció el mejor regalo de aniversario del mundo: compartir un colmillo de narval, algo que no se posee ni se toca, pero es.
Un museo con cabezas en formol que, sin embargo, no da miedo: espacios para todos.
Y es que en un espacio tan pequeño también hay hueco para sentarse, leer cuentos, organizar reuniones informales con conservadores y doctorandos, o, simplemente, pasar el rato olvidándose de la lluvia, el frío y la pantalla del ordenador. Siempre he sido una defensora de las salas multidisciplinares y la no separación de lo museográfico y lo recreativo, y el Grant demuestra que esa distinción es aún más insensata en las instituciones más pequeñas. La galería única que sirve para todo juega un papel importante a la hora de integrar a los diferentes públicos, recordándoles que no hay jerarquía alguna en las distintas funciones que cumple el museo, ni espacio sagrado que el visitante no deba colonizar.