Así nunca vamos a llegar a nada: La cultura del malestar cultural

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Las estadísticas de WordPress lo confirman: el post más leído de Museo, Go Green! es Pesadilla en el museo –sobre la subcontratación en los museos españoles– .

Con un pasado como encuestadora durante mi época de estudiante –sólo os diré que mis conversaciones con desconocidos introdujeron la Shandy Cruzcampo en España–, nunca he creído mucho en los porcentajes ni en las gráficas de opinión. Ahora bien, dado que WordPress no te pregunta sino que te ve, me he decidido a creer en sus números y a ver más allá de ellos para confirmar lo que ya sabía: nos gusta, nos encanta, la precariedad.

No me malinterpretéis, a nosotros lo que nos gusta no es ser pobres sino hablar de ello, escribir sobre ello y encontrar confort en textos que reproducen lo que, ya escrito, dicho y vivido, reconocemos como propio. Decidme que no os aterra.

En los últimos años he desarrollado cierta teoría en virtud de la cual a la mayor parte de la gente no le interesa la novedad, sino la constatación. Vinculando la estética de lo pintoresco a la reescrituras en clave poscolonial me di cuenta de que el placer del reconocimiento podía ser suficiente para muchos, mitigando, o incluso haciendo invisible el componente crítico de determinadas prácticas apropiacionistas. Posiblemente es este amor por la constatación el que nos hace sentir cierta esperanza en la perpetuación del conocimiento colectivo o, simplemente, nos permite mantenernos calentitos en nuestra zona de confort. ¿Y qué tiene que ver esto con el recurrente discurso en torno a la precariedad como lugar común? Está clarísimo: el sufrimiento gremial nos da fuerza y nos une. Nuestro sentimiento de pertenencia deriva, única y exclusivamente, del malestar.

Pensemos en nuestra cita de debate semanal bajo el hashtag #cultura18: sea cual sea el tema –códigos QR, transparencia institucional, género, redes sociales– no hay lunes que no se hable de presupuestos, salarios y explotación. Está claro lo que nos preocupa y cuáles son nuestras demandas, pero ¿es realmente productivo, y sano, ese placer culpable que sentimos cada vez que nos quejamos? ¿Qué pasaría si, en lugar de simplemente hablar sobre ello, dejáramos de trabajar gratis? ¿Y si en vez de repetir lo injusta que es nuestra situación económica nos centráramos en detectar la basura que se produce cada día a nuestro alrededor y nos negáramos a consumirla? Porque, señoras y señores, les diré que la desprofesionalización de nuestro sector tiene otra consecuencia aún más grave que la pobreza: la mala calidad. Diariamente consumimos artículos con faltas de ortografía, gráficos de calidad infame, discursos expositivos que ya se han pronunciado, libros mal editados… ¿Será que esa gente no ha cobrado o es que se nos ha entrenado para digerir la mediocridad? Sé que es difícil, pero olvidemos por un momento el dinero. Nuestro deber de defender la calidad debería pasar a un plano preferente: no basta con hacerlo, también hay que hacerlo bien.

Si empezabais a inquietaros os diré que podéis respirar de nuevo: voy a retomar el tema del dinero para cerrar este bonito post sobre el dulce placer del discurso precario. Y es que nada nos gusta más que preguntarnos, una y otra vez, cuál es la causa y el remedio del malestar endémico de nuestro sector. Nos gusta odiar al estado, a las grandes corporaciones y a las instituciones públicas, nos gusta porque nos hace sentirnos pequeños y nuestra herencia judeocristiana nos dice que la justicia de Dios está de nuestro lado. La solución, pensamos, es que los pequeños tomen el poder para que así, ganando en número y sabiduría, declaren el reino de los justos. Error. Os diré por qué. Os contaré la parábola del joven emprendedor cultural.

El joven emprendedor dijo un día a su padre que partiría a buscar su propio camino, agotado de sufrir en un sector precario que no remuneraba debidamente a sus trabajadores, que ni siquiera les remuneraba, diría. Y así, el joven emprendedor creó con dos colegas su pequeña empresa, luchando por sacar adelante una brillante –o no– idea que compartía con sus socios. El joven emprendedor todavía no generaba beneficios, pero aun así decidió poner una oferta en la que buscaba empleados, a los que pagaría con una oportunidad. Aun no siendo la oportunidad una moneda aceptada en comercios de la zona, muchos profesionales llamaron a la puerta de su pequeña empresa, dispuestos a trabajar a cambio de la posibilidad de defender el sueño de otra persona que, huyendo de la precariedad, había decidido crear su propio negocio. Un héroe moderno. Y así transcurrían los días. El joven emprendedor se servía de sus empleados durante cuarenta horas a la semana, después de las cuales les tendía un sobre lleno de oportunidades. «Qué bien sabe la oportunidad con pan», pensaba el más anciano de sus empleados, «ojalá fuera esta moneda canjeable por bienes o servicios». Pasaron varios inviernos, y un día el joven emprendedor cultural volvió a casa del padre que, prejubilado, había aprendido a ver las cosas con gran claridad. «Mira padre, he triunfado», dijo con orgullo. Pero el padre, endureciendo el gesto, respondió: «Hijo, ¿y llamas a eso triunfo? Te has aprovechado del prójimo en tu propio beneficio, no has hecho más que perpetuar el sistema que rechazabas. No teniendo más moneda que la oportunidad para pagar a tus iguales no tendrías que haber contratado empleados». Y el hijo, indignado, contestó: «Pero, padre, les ofrezco formación». A lo que el padre respondió: «Hijo, eso es una mierda«.

17 Respuestas a “Así nunca vamos a llegar a nada: La cultura del malestar cultural

  1. Me suena raro escribir «ja, ja» pero es que me ha hecho sonreír este artículo. Tienes razón: nos gusta quejarnos. Yo escribí hace unas semanas un artículo contando las tribulaciones de una emprendedora cultural en Zinc Shower y al final… ahí estamos. Yo que sé Quejarse es una pesadez y la autocompasión, aún más pero es que te sale el artículo tan rápido… Más en serio: hay que quejarse y tratar de cambiar las cosas, no sólo quejarse,

  2. ¡Un gran artículo! Y muy muy muy necesario. Deberíamos pararnos a pensar todos hasta qué punto estamos contribuyendo a perpetuar aquello que criticamos y maldecimos. Gracias por la lucidez.

  3. ¡Muchas gracias a las dos! Resulta agotador que el dinero sea siempre el pretexto para justificar las malas prácticas. Me gustaría de verdad que las nuevas ideas trajeran también nuevos modelos, en lugar de ser asimiladas por un sistema que ni funciona ni va a funcionar.

  4. Nos gusta quejarnos para autocompadecernos pero como cuentas en la parábola del joven emprendedor cultural, creo que a la menor oportunidad que se tuviera pasaría siempre igual, no basta con formar.
    Parece que nos han educado o que tenemos la consciencia de que dar una oportunidad sin un salario es mejor que nada y con los tiempos que corren, y yo diría que incluso antes, ha sido y es una práctica muy extendida.
    Gran post y grandes reflexiones.

  5. Hola Sara,
    Un post tan irónico como polémico. Espero que algún empresario y algún director de museo lo lea para que vea el (ya me perdonaras la palabra pero no encuentro otra más precisa) miserable panorama que nos dejan. Yo no voy a hacer como muchos que se recrean en el placer de quejarse. Solo quiero apuntar que el ámbito de la cultura deja aun mucho que desear, pero que en perspectiva solo tiener tantas dificultades y problemas como cualquier otro sector. Ello no exime, y creo que es causa de fondo, de la gran caja de Pandora del gremio cultura-museos: el síndrome de Gollum. Gestores, directores, conservadores, empresarios culturales,… atrincherados en sus plazas y aquejados por ese mal de la desconfianza que lleva a la “mala vida”, a la mala gestión, a la mala comunicación e incluso a dejar de hablar bien o hablar solos porqué no se escuchan más opiniones. Dejo para los interesados el interrogante de si hay que meter en ese saco a los “becari@s” y guías.
    Gracias por un esperado post,
    ¡Hasta pronto!

  6. Susana y Marc, ¡muchas gracias por vuestros comentarios! El mensaje está claro: sabemos detectar el problema y tenemos mil herramientas para intentar cambiar las cosas, así que ¡hagámoslo! El malestar como zona de confort es un terreno muy peligroso…

    • ¡Gracias, Alegría! De hecho, sí, la parábola acaba justo ahí. Era una forma tajante de zanjar un tema que no admite réplica ni justificación -además de que terminar con «Hijo, eso es una mierda» me parecía un hit :D-.

  7. Hola Sara. Soy de São Paulo/Brasil y me ha encantado tu articulo. En la area cultural en Brasil pasa lo mismo. Todos piden más dinero y dicen que el Estado, las audiencias y las empresas patrocinadoras no entienden la cultura. Siguen quejándose por la situación, pero no hacen nada para intentar cambiar la situación. Y no hay muchas personas que están pensando en este tema.

    • ¡Muchas gracias por tu comentario, André! Está claro que el problema trasciende las fronteras españolas… Lo que hace falta, como siempre, son personas resolutivas capaces de afrontar la situación y voluntad de cambiar las cosas. Los parches al sistema actual no funcionan, ¡al final siempre volvemos a lo mismo!

  8. Pingback: Escribir es un trabajo: Feliz Día del Libro | Museo, Go Green!·

  9. Sara, buenísimo!. Últimamente pienso que soy un tanto radical en Twitter, pero tienes toda la razón!. Supongamos la siguiente situación: qué pasaría si por una semana el sector cultural ( en mi caso también el educativo) se negara a «trabajar gratis / en condiciones precarias»?. En los 8 años que llevo en este sector he visto muchas cosas ….. y hay dinero para lo que se quiere. Y voy a ser así de clara.

    En fin, sólo son divagaciones nocturnas ….. : ) Seguimos en contacto vía Twitter o como sea, un abrazo!.

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