“Bienvenidos a la vida”: museos y malestar animal

©Rafa Delgado Borràs

©Rafa Delgado Borràs

Hace algunas semanas fui invitada a una visita cultural que incluía una entrada al “Circo Educativo”. Impresionada por semejante nombre, pensé que se trataba de una compañía de circo contemporáneo experimental, pero aun así me informé. Me informé y, para mi sorpresa, descubrí que me llevaban a ver un festival de animales salvajes subidos en plataformas pequeñitas e incluso una torre de animales domésticos a la maniera de los Trotamúsicos. Todavía contrariada por unos valores educativos que no comprendía, decliné elegantemente la invitación alegando incompatibilidad de principios y empecé a pensar.

En la actualidad, muchos museos exhiben animales vivos dentro de sus recorridos expositivos fundamentándose en su potencial educativo y dirigiéndose a un público eminentemente infantil. Aparentemente, el contacto de los niños con los animales en contextos antinaturales tiene efectos positivos en el desarrollo de conductas como el respeto al medio ambiente o la curiosidad científica. Me pregunto si es verdad.

No sé si habéis visto la manera en la que se exponen o instrumentalizan los animales en algunos museos, que nada tiene que ver con el habitual, aunque más bien complejo, concepto de cautividad. Os invito a que conozcáis la incubadora de pollitos del Museo de las Ciencias Príncipe Felipe. Sí, lo sé, ya he hablado (mal) de este museo en otras ocasiones, pero aún me quedan algunas cosas por mencionar. Os diré que la incubadora de pollitos es una de las atracciones más populares del centro, que exhibe otras maravillas como el hormiguero seccionado longitudinalmente y aprisionado entre dos finas capas de cristal. Con la promesa de asistir en directo al nacimiento de decenas de pollitos, y bajo el título “Bienvenidos a la vida”, este módulo educativo atrae las miradas de todos los visitantes. Nacer en un museo, dentro de una vitrina, para satisfacer la curiosidad científica de un montón de personas que han pagado, y no poco, para que les sorprendan. Menudo recibimiento.

Veamos algunos de sus errores.

El primero de los errores es muy simple: un museo no es un zoo. Los museos necesitan disponer de una licencia de zoo para exhibir / manipular animales vivos en sus instalaciones y una gran mayoría carece de ella. No estoy diciendo que la exhibición recreativa de animales en zoológicos no esté exenta de conflictos morales, pero sí es cierto que en los últimos años se ha avanzado considerablemente en las condiciones y garantías que estos ofrecen. Ahora bien, ¿qué garantías puede ofrecer una institución que dice utilizar animales con fines educativos sin someterse a regulación alguna? A comienzos de 2012, las asociaciones que integran el proyecto Infozoos denunciaron la posible situación irregular de Cosmocaixa Barcelona, apuntando la necesidad del centro de obtener la correspondiente licencia para continuar utilizando animales vivos en su oferta didáctica. Incluso se temía que espacios como “¡Toca toca!”, que permite el contacto físico entre visitantes y animales, pudiera vulnerar la propia Ley de Zoos y, por tanto, encontrarse fuera de toda regulación. A día de hoy, y tras efectuarse la inspección del museo por parte del Departament d’Agricultura, Ramaderia, Pesca, Alimentació i Medi Natural, el caso sigue sin resolver.

Volvamos a los pollitos, que nos llevarán al segundo gran error de nuestro caso: la incubadora no reproduce el medio natural. ¿Qué historia estamos contando, la del pollo que nace del huevo puesto por su madre la gallina o la de la ganadería industrial y sus macroincubadoras de alimento? El pollo que ves nacer en el Museo de las Ciencias Príncipe Felipe es un producto. Cada día, decenas de huevos son depositados en las grandes vitrinas de “Bienvenidos a la vida” para ser retirados en forma de pollitos.

Esto nos lleva al último gran error en forma de pregunta: ¿de dónde vienen y a dónde van los protagonistas de la mayor atracción del centro? ¿Quién suministra esos huevos que el museo recibe de manera masiva cada semana? ¿Disponen de personal cualificado para hacerse cargo de los animales? ¿Qué pasa con todos esos pollitos que vemos nacer? ¿Tiene el museo un acuerdo con la industria avícola? La respuesta no la sé, la institución no ha respondido a mis demandas, pero la cantidad de pollitos que circulan cada semana por el centro me permite afirmar, sin miedo a equivocarme, que el destino de esos animales es la nave industrial.

La historia está incompleta. “Bienvenidos a la vida” es un fraude, como lo es su valor pedagógico y el del “Circo Educativo”, con su torre perro-gato-gallina y sus elefantes africanos. El respeto a la naturaleza no se fomenta con especímenes de usar y tirar programados para el espectáculo, sino con recursos capaces de transmitir la complejidad de los animales en su propio medio. Con la tendencia al vandalismo museístico que hay últimamente, me pregunto por qué nadie se lanza a liberar esos pollitos en lugar de andar rayando cuadros con rotuladores. Sería una aportación mucho más valiosa y contaría con todo mi apoyo.

Muchas gracias a ANDA (Asociación Nacional para la Defensa de los Animales) y a Rafa Delgado Borràs.

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17 Respuestas a ““Bienvenidos a la vida”: museos y malestar animal

  1. ¡Hola Sara! ¿Qué tal el carnaval? ^^
    Animales + educación es un nexo que reformula su significado, adaptándose fraudulentamente a los tiempos que corren para ocupar una aurea de reconocimiento social o ocultarse del escándalo con cierto disimulo. Un trotamundos con un chimpancé era menos chocante que una pelea de perros porqué en vez de luchar, el animal imitaba al hombre. Y del trotamundos al zoo, espacio que ofrece una (ya muy denunciada) cárcel con una reproducción del hábitat natural, escudada bajo argumentos de “protección” y “educación”. Y en este último punto estamos. Un zoo propiamente ya suele estar muy mal visto (o eso quiero pensar), pero pasa inadvertido si se camufla bajo la etiqueta de un “museo de ciencias” (el Cosmocaixa lo conozco particularmente bien y esta es su mayor lacra). En el fondo son reformulaciones que cambian de espacio, no de contenido. Como en muchos otros lugares, del tipo restaurantes o recepciones, se convierte en hecho cuotidiano la presencia de animales, que si a demás son exóticos, despiertan cierto aire de curiosidad. Comparto tu opinión, cada animal en su entorno natural. Y lo peor de todo: es muy triste que un museo tenga que recurrir a este tipo de reclamos para sumar visitantes, aunque la propia institución intuía que quizás ello está mal…
    ¡Muchas gracias y hasta pronto! 

    • ¡Gracias por tu comentario, Marc! Te sorprendería -o, desgraciadamente, no- el tono con el que se difunden instalaciones como la incubadora de pollitos del Museo de las Ciencias de Valencia. Aunque de manera muy sutil, el especismo y la concepción del animal como producto está siempre muy presente. Me horroriza especialmente este artículo, en el que se habla del nacimiento de «divertidos pollitos»: http://www.elmundo.es/elmundo/2011/08/03/valencia/1312398818.html

      No puedo comprender cómo el respeto a los animales no puede ser un principio fundamental de todo museo de ciencias. Como tú dices, el pretexto del componente educativo es más que frecuente: es más difícil transgredir unos valores supuestamente educativos que un mero interés por el espectáculo.

  2. ¡Hola!
    El ejemplo del diario el Mundo es otro suma y sigue dentro de la línea: animales + cultura/educación/o como le quieran llamar y que es un nexo muy pendiente de revisión. Hoy leía el diario que el ilustrísimo presidente de este difunto país declaraba los “toros patrimonio cultural de interés nacional”… imponiéndose legalmente a Cataluña, donde los toros (únicamente ellos y no los delfines del zoo o los animales de los circos ambulantes, entre otros) parecía un tema ya zanjado. ¿Qué decir ante esta situación? Denuncia, revolución o introducción de nuevos valores vía instituciones educativas, con el tiempo que suele acarrear ello.
    Gracias y hasta pronto

  3. Una duda: ¿cuál es el medio natural de una gallina? Estos animales se han modificado genéticamente a lo largo de los tiempos para convertirlos en eso, animales que se comen y/o ponen huevos.

    • Es un tema complejo, Óscar, así que entiendo tu suspicacia. De entrada, como tu dices, es difícil reivindicar el estado «salvaje» de un animal confinado a la domesticidad y la producción de alimento. Como dice Txema, una opción sería mostrar a las gallinas en corrales, al aire libre, permitiéndoles desarrollar sus funciones vitales en un entorno natural digno.

      Otra opción sería no exhibir ningún tipo de animal, pero trabajar en partenariado con una granja ecológica local para organizar visitas educativas. Un programa como este debería aportar una visión compleja de los animales a través de minicampañas ornitológicas, jornadas de observación de la fauna urbana, rutas por el bosque… En realidad, la incubadora de pollitos se está posicionando en favor de un modelo de producción, el industrial, que dista mucho de los valores conservacionistas que debería promover un museo de ciencias.

      En cualquier caso, el principal problema de este tipo de instalaciones sigue siendo la ausencia de regulación de su actividad, además de un planteamiento de base más que necesario: ¿deberían los museos perpetuar el especismo como única vía o podrían ser el entorno perfecto para animarnos a construir un pensamiento crítico?

      • Puede que tengas razón, pero los grandes museos no pueden incluir actuaciones externas en cada uno de sus módulos. No veo relación entre la incubadora y un proceso industrial (me refiero a procesos industriales medianamente respetuosos con los animales). Y, ay, lo de meter la palabra «especismo» en un párrafo duele.

      • Juas. Ya, se que a nadie le gusta la palabra menos a los que les gusta. Yo como productos derivados de los animales y cantidades limitadas de carne y, aún así, me parece que un museo de ciencias debería cuestionarse cosas como los límites del especismo y los derechos de los animales. Si el museo de ciencias no es el lugar idóneo para plantearse esas y otras preguntas, apaga y vámonos.

  4. Ostras, trabajé en el CosmoCaixa de Madrid y desconocía esta polémica. Supongo que será posterior a mi salida. Pero claro, hay una diferencia entre criar animales en cautividad (por cierto, que luego acaban en zoologicos) y hacerlo como los pollitos, de forma industrial. Es tremendo. :-O

    • Gracias, Txema. El tema de CosmoCaixa me molesta especialmente, porque es una institución muy interesante que no debería permitirse este tipo de «deslices». Con respecto a los pollitos, a veces me da la impresión de que los nuevos museos de ciencia están peligrosamente alineados con ciertos intereses sectoriales. El Museo de las Ciencias de Valencia es un ejemplo alarmante en demasiados sentidos…

  5. Es extraño @_@. Entonces no entiendo la respuesta de la Direcció General del Medi Natural i Biodiversitat -tengo el documento-… ¿No deberían haber verificado la licencia tras la inspección? Gracias por la info, Txema.

  6. Sin entrar en la discusión de la producción de animales para el consumo, en el tema de la exposición, que entiendo de un museo debe ser didáctica, a mi sólo se me ocurre una pregunta… ¿dónde quedaron las granja-escuelas? ¿porqué en un museo?… Si hay que plantearse algo en un museo de ciencias no es si el pollito viene o no sino el clásico ¿qué fue antes, el huevo o la gallina?…

  7. Pingback: Un año de Museo, Go Green! | Museo, Go Green!·

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